13 abril 2021

CUENTO LA FLOR ROJA 4TO "A" Y 4TO "B"

 COMPARTIMOS EL AUDIO DEL CUENTO

"LA FLOR ROJA" COMPILADO POR

LOS HERMANOS GRIMM


¿SABÍAS QUE ESTE CUENTO
TAMBIÉN ES CONOCIDO
CON EL TÍTULO DE 
"YORINDA Y YORINGUEL?"

¿POR QUÉ TE PARECE QUE 
OCURRE QUE PODEMOS 
ENCONTRAR ESTE CUENTO
CON DISTITOS NOMBRES?

TAMBIÉN TE DEJAMOS EL TEXTO
PARA QUE PUEDAS RELEERLO

"LA FLOR ROJA " O "YORINDA Y YORINGUEL"
Érase una vez un viejo castillo, que se levantaba en lo más profundo de un espeso bosque. En él vivía una vieja bruja, de día tomaba la forma de un gato o de una lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su forma humana. Tenía el don de atraer a aves y animales silvestres, de los que se alimentaba. Si alguien se acercaba a cien pasos del castillo quedaba sin poder moverse del lugar hasta que ella se lo permitía; y siempre que entraba en aquel estrecho círculo una doncella, la vieja la transformaba en pájaro y la metía en una cesta, que guardaba en un aposento del castillo. Sus cestas llegaban a siete mil.
Vivía también por aquel entonces, en una aldea cercana, una doncella llamada Yorinda. Era la prometida de apuesto joven, Yoringuel. Estaban tan enamorados, que pasaban largo tiempo juntos. Un día en que habían ido a pasear por el bosque, le dijo el joven a su amada:
- ¡Recuerda no acercarte demasiado al castillo!
Caía la tarde, el sol brillaba todavía entre los árboles, y una tórtola cantaba su lamento desde lo alto de una haya. Yorinda estaba sentada sobre la hierba y de pronto se echó a llorar, y también lloraba Yoringuel. Ambos se sentían presa de un dolor extraño, como si algo malo fuera a ocurrir. Desconcertados, no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba ya tras la montaña cuando Yoringuel, penetrando con su mirada la maleza, descubrió, allí cerca, el muro del castillo. Aterrorizado, sintió una angustia desconocida, mientras Yorinda cantaba:
"Mi pajarillo del rojo anillo
canta tristeza, tristeza, tristeza,
canta la muerte a su pichoncillo,
canta tristeza, ¡tirit, tirit, tirit!."
Yoringuel se volvió para mirarla: Yorinda se había transformado en un ruiseñor y cantaba: "¡Tirit, tirit!." Una lechuza de ojos ardientes pasó tres veces volando sobre sus cabezas, gritando cada vez: "¡Chu, chu, ju, ju!." Yoringuel se sentía como petrificado. El sol acabó de desaparecer, la lechuza voló a un arbusto, e inmediatamente salió del follaje una vieja encorvada, flaca y macilenta, de grandes ojos encarnados y una nariz larga que casi tocaba con la puntiaguda barbilla. Refunfuñando, tomó al ruiseñor y se lo llevó. Yoringuel no podía pronunciar una palabra ni moverse del lugar; el ruiseñor había desaparecido. De pronto, volvió la bruja y, con voz sorda, dijo:
- ¡Hola, Zaquiel! ¡Cuando brille la lunita en su cestita, desata, Zaquiel!
Y Yoringuel quedó así desencantado. Entonces, se arrodilló a los pies de la vieja, e y suplicó que liberase a Yorinda. Pero ella le respondió que jamás volvería a ver a su amada, y desapareció. El muchacho lloró, gritó, se lamentó, pero todo en vano. "¿Qué será de mí?," se decía. Anduvo a la ventura, hasta que llegó a un pueblo desconocido, en el que instaló por un buen tiempo, trabajando como pastor de ovejas. A veces iba a dar vueltas cerca del castillo, pero sin aproximarse demasiado. Y he aquí que una noche soñó que encontraba una flor roja como la sangre, en cuyo centro había una hermosa perla de gran tamaño. Arrancó la flor y se dirigió con ella al castillo; todo lo que tocaba con la flor, quedaba al momento desencantado; al fin, recuperaba también a Yorinda.
Al día siguiente se levantó y se lanzó a buscar por montes y valles la flor soñada, hasta que, a la madrugada del día noveno, la encontró. Tenía en el centro una gota de rocío, grande y hermosa como una perla. La cortó y la llevó hasta el castillo; llegó a cien pasos de él pero no se quedó petrificado: pudo avanzar. Entusiasmado, rozó con la flor el portal y éste se abrió. Atravesó el patio, agudizando el oído para localizar el aposento de las aves, hasta que al fin las oyó. Al entrar en él se encontró con la bruja, que estaba dando de comer a los pájaros encerrados en las miles de cestas. Cuando la vieja vio a Yoringuel, se encolerizó tanto que se puso a insultarlo a los gritos; pero no podía acercársele a más de dos pasos. Él, sin hacerle caso, se dirigió a las cestas; entre tantos centenares de ruiseñores, ¿cómo iba a reconocer a su amada? Mientras seguía buscando, observó que la vieja se encaminaba hacia la puerta, llevándose un canasto con disimulo. Entonces, precipitándose sobre la bruja, la tocó con la flor, lo mismo que a la cesta. Y mientras ella perdió todo su poder de brujería reapareció Yorinda, tan hermosa como antes, y se arrojó en sus brazos. Salvó él a todas las demás doncellas transformadas en aves y, luego, los dos juntos Yorinda y Yoringuel, regresaron a su casa. A partir de entonces, vivieron muchos años de felicidad.

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